
Las dos primeras personas con las que me topé a la salida del hemiciclo, tras el discurso de Salvador Illa, coincidieron en su diagnóstico: el president “pujolea”. Hay que decir que ambas personas son veteranos del Parlament, un diputado y un periodista, y que por tanto tienen muy presentes aquellos discursos de Jordi Pujol en los años ochenta, enumerando ejecuciones sin fin de carreteras, ambulatorios o polideportivos a todo lo largo y ancho de Catalunya, y despachando en el minuto final, con la concurrencia noqueada por la retahíla cansina, las dos o tres declaraciones que todo el mundo esperaba.
