
Atravesar la frontera de Gibraltar para trabajar es lo más parecido a elegir cada día tu propia aventura. Hay mañanas fluidísimas y otras exasperantemente espesas por motivos que, normalmente, son ignotos al común de los transfronterizos. Pero, a primera hora del pasado 11 de octubre de 2024, el paso que cada día atraviesan unas 20.000 personas entró en una dimensión desconocida. De repente, el inspector jefe del lado español decidió por su cuenta suspender la laxitud de controles a los gibraltareños —activa mientras se negocia el tratado entre España y el Reino Unido que debe regir ese tránsito tras el Brexit— y sellar cada pasaporte. El Peñón aplicó reciprocidad a españoles que, a la desesperada, volvían a sus casas a por sus documentos. La cola se alargó cuatro kilómetros. Muchos ciudadanos ese día ni siquiera pudieron llegar a sus puestos de trabajo y el hospital del Peñón se vio incluso obligado a suspender intervenciones quirúrgicas por la falta de sus sanitarios transfronterizos.

